HosMet: El rol clave de los farmacéuticos clínicos en la lucha contra el COVID-19
Hace menos de un lustro, cuando aún era presidente del Colegio Médico, el hoy Ministro de Salud, Enrique Paris, hacía un llamado durante un coloquio organizado por la Universidad San Sebastián a extender el trabajo de la farmacia clínica en los distintos centros de salud del país, ya que por entonces no era una práctica tan extendida.
En la ocasión, apuntaba que “es muy importante que el farmacéutico clínico acompañe al equipo de salud” ya que éstos “saben mucho más de farmacología que los médicos” y “saben de interacciones, de vías de eliminación, de vía media, de metabolización del fármaco y eso es súper importante cuando se le está indicando un medicamento al paciente”.
Si bien la mayoría de nosotros solemos asociar al químico farmacéutico (QF) con la botica de siempre, lo cierto es que su rol en el ámbito clínico ha ido ganando fuerza y hoy son profesionales sumamente valorados, que trabajan en todas las áreas de atención y son los responsables de la terapia farmacológica, en el marco del enfoque multidisciplinario que está adquiriendo la medicina moderna.
Así se ha entendido también en el Hospital Metropolitano, el único de la red pública con presencia diaria de QF clínicos, cuyo rol es “tanto asistencial, ayudando en la validación y entrega de recetas, como clínico, encargándose tanto de realizar seguimiento de la farmacoterapia de los pacientes hospitalizados como de apoyar al equipo de salud en relación a los ajustes de dosis o la elección de las terapias más efectivas”, según la QF Javiera Lobos.
Una definición que comparte la QF Michelle Alarcón, quien explica que “si bien los medicamentos se han desarrollado para tener efectos que alivien los síntomas, signos y enfermedades que puedan desarrollar las personas, éstos también pueden tener efectos dañinos si no son utilizados de manera correcta o se desconoce su funcionamiento específico”.
Por ello, los farmacéuticos clínicos “se encargan de maximizar el efecto clínico de los tratamientos farmacológicos”, ahonda la QF Bárbara Pérez, apuntando a que “la idea es minimizar, al mismo tiempo, el riesgo de efectos adversos y el coste de los tratamientos, velando en todo momento por el uso racional de éstos”.
Una labor que, según la QF Catalina Villalobos, ha cambiado “drásticamente en los últimos años, pues antes se nos asociaba con una dispensación pasiva de los medicamentos, mientras que ahora somos profesionales con una preocupación activa por los pacientes, lo que ha ayudado a que se nos incluya más en las labores clínicas, haciendo evidente el aporte a los equipos médicos”.
Si bien la QF Nathalia Mondaca apunta a que se les sigue asociando mucho con la farmacia comunitaria “definitivamente se ha comprobado que nuestra presencia en la relación directa con el equipo médico tiene un efectivo positivo en el paciente, ya que optimizar su terapia ayuda a evitar medicación innecesaria o el inicio de terapias, lo que finalmente se traduce en reducción de gastos”.
Esta visión no era ajena al Metropolitano cuando se inauguró, ya que el QF Bryan Leal recuerda que “en ese momento nuestra labor era desconocida y, por lo tanto, no se nos consideraba dentro de las rondas clínicas ni en la toma de decisiones, pero hoy puedo decir con orgullo que participamos de forma activa, sobre todo velando por el uso racional de los antimicrobianos, lo cual es un gran avance y aporta con un granito de arena a visibilizar nuestra función”.
EL AÑO DEL CORONAVIRUS
En términos profesionales, la pandemia ha representado un enorme desafío para todos los profesionales de la salud y en eso no han estado ajenos los químicos farmacéuticos, cuyo rol ha sido especialmente clave en la lucha contra el COVID-19, más aún considerando las pocas certezas en torno a la enfermedad, especialmente en los primeros meses.
“Ha sido todo un desafío, por supuesto, pues nos obligó a una constante actualización de nuestros conocimientos, a mantenernos alerta ante cualquier nueva información relevante para los tratamientos de nuestros pacientes y a desarrollar nuestra capacidad crítica ante la gran cantidad de información que iba saliendo”, apunta Bárbara Pérez.
Bryan Leal concuerda en que “se ha tenido que aprender de la enfermedad sobre la marcha y así también es que muchas terapias farmacológicas han cambiado, lo que ha demandado una dedicación especial para lograr entregar una atención de calidad. Ha sido complejo y demandante, sin duda”.
“El mayor reto es que si bien todos tenemos una base de conocimientos, hemos tenido que estudiar y aprender las características del virus, poniendo énfasis en el uso racional de los medicamentos, pues ha habido un aumento en el uso de algunos de éstos a nivel nacional”, acota Javiera Lobos.
Aún así, más allá de todas estas dificultades, todos concuerdan en que “ha sido una gran experiencia”, como apunta Michelle Alarcón y lo ratifica Nathalia Mondaca, para quien “en lo personal, ha significado un desafío muy grande, que me ha hecho ir aprendiendo sobre el COVID-19 y estar atenta a las actualizaciones científicas diarias para tratarlo”.